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jueves, 16 de agosto de 2012

Una probadita de la novela.... La insólita historia de Carmen

1 Carmen Ríos El Sol de México. 30 de Marzo del 2005. Crecen fraudes a mujeres de edad avanzada en ciudades de provincia. Solo se denuncian el 5%, el gobierno imposibilitado de tomar cartas en el asunto. Carmen Ríos había intentado hacer una cita con un psicólogo 6 ó 7 veces, la verdad es que ya no recordaba con certeza cuantas. En ocasiones, pensaba que de necesitarlo preferiría un psiquiatra a un psicólogo por el asunto ese de que el psiquiatra podría recetarle algunas drogas de las que llaman psicotrópicas, que según ella y de acuerdo a su forma de ver SU vida la forzarían a volver a la normalidad. Otras veces, había pensado en visitar a un sacerdote, sin embargo para ninguna de las dos opciones que daban vueltas repetidamente en su cabeza, tenía suficiente voluntad. No sabía si tenía miedo de descubrir que estaba loca o que había sido una víctima de sus malas decisiones. No sabía que pensar, solo sentía un fuego que a menudo la quemaba de adentro hacia fuera, le calcinaba las entrañas, le subía por las venas a la cabeza y la hacía sentir que explotaba, hervía en su interior y no se apagaba. A menudo pensaba, que lo que más se parecía a esa sensación eran las tan padecidas agruras, pero a fuerza de “peptos” se había dado cuenta que era algo más lo que aquejaba su alma y su corazón. Carmen sabía que era dos personas diferentes; una de ellas forzada por el miedo a mantenerse oculta, otra con la que convivía a diario medio loca y dicharachera. Todo empezó 40 años atrás, Carmen nació en el seno de una familia como cualquiera, de clase media con una casa común y una vida común. Su papá trabajaba en un banco desde hacía años, de ahí su fascinación por el dinero. Su mamá, una mujer relativamente joven, se dedicaba a las la-bo-res del ho-gar (o a lo que esta frase tan trillada significara), tenía tres hermanos y había tenido una hermana que murió en 1984, suceso que marcó su vida irremediablemente y que la mantenía despierta durante noches enteras, durante largas horas presa, de una pesadilla que se repetía continuamente en la que soñaba que su hermana estaba perdida y que no podía encontrarla. Su papá era un tipo sencillo; trabajador, adicto al fútbol, al beisbol, al golf, a todos los deportes principalmente televisados. Su mamá, gozaba de ir a las tiendas y comprar todo aquello que se encontraba rebajado, le gustaba tejer bufandas y jugar a las cartas con sus amigas muy de vez en cuando, pero lo que más gozaba, lo que verdaderamente la hacía feliz era ir de compras aunque pocas veces compraba algo. Su otra obsesión, era su familia quien constituía el centro de su vida. Sus hermanos, a diferencia de la típica historia, eran trabajadores, inteligentes y luchones, todos bien parecidos y partidos prometedores (descripción integra de su madre). En la actualidad todos estaban felizmente casados y habían formado sus propias familias. Ella, una chica de esas que hay en todos lados "no muy popular" baja de estatura, un poco más redonda de lo que deseaba, muy inteligente y no muy comunicativa. Le gustaba permanecer horas en soledad sobre su cama, o sobre cualquier sillón de la casa, leyendo novelas de amor y de aventuras que por curiosidad empezó leyendo en la revista “Vanidades” y más tarde en pasquines como “Julia” o “Novelas de Amor”. Sus historias preferidas eran las que se desarrollaban en la Edad Media, sobre todo las súper dramáticas que eran sus favoritas, conjuntaban todo el misterio y la magia de que su vida carecía. Sus lecturas le permitían momentos de verdadera catarsis en los que lloraba profusamente como un día de tormenta veraniega. Carmen era de esas personas que tendía a hablar consigo misma en todo momento; cuando estaba sola, mientras caminaba, pensaba en voz alta haciendo planes para su vida una y otra vez. A veces se detenía en plena calle a tomar nota de sus pensamientos, no fuera a ser que se le olvidaran al llegar a casa o al prender el radio y tararear una canción. Otra característica que llamaba la atención de la gente que la conocía, era su necesidad exacerbante por estar acompañada, tendía a sentirse sola la mayoría de las veces, aún estando rodeada de gente, inclusive en una de esas larguísimas filas del cine en vacaciones de verano. Carmen imaginaba a veces que caminaba entre sombras, nadie parecía verla u oírla, nadie entendía que era diferente, casi fantasmal como el personaje del aquel cuento que había leído de Luís de la Cuesta, su maestro de literatura en el colegio. En ocasiones, “la Chata” como solía llamarla su padre, se sentía confundida, bastaba que escuchara una canción o algún pensamiento fugaz para que las lagrimas prácticamente le saltarán de los ojos, “quedaste sensible desde lo de angelita, tu hermana” le decía su abuela, pero ella había llegado a pensar que era víctima de un mal mental, ¿sería acaso esquizofrenia, bipolaridad o paranoia?, o tal vez una enfermedad sin remedio, nunca lo averiguó. En sus tardes solitarias, entre la lectura y las palomitas de maíz que tanto disfrutaba, le gustaba ver películas tristes como aquella de Julia Roberts “Cuenta conmigo” en la que la ex de su novio se muere de cáncer y a ella le toca apoyarla por sobre todas las cosas, se sentaba frente al televisor y sentía como la pena la invadía, tenía la firme y rara convicción de que los que mueren no se van por completo, que caminan por ahí a nuestro lado viendo todo lo que hacemos y escuchando lo que decimos, “la Chata” sentía a Ángela cerca de ella todo el tiempo, rondando por ahí, en los ojos y en las caras de otros. Los padres de Carmen la sabían diferente pero se esforzaban por ver en ella lo que ellos deseaban, querían que se casara con un buen hombre, tuviera hijos y que cuidara de ellos cuando fueran mayores, que los visitara una y otra vez con unos nietecitos lindísimos que los adoraran. Después de la muerte de Ángela, su hermana menor, ellos se sentían siempre preocupados y trataban de que todos a su alrededor fueran felices, aunque a veces, en el intento daban demasiado y pedían demasiado. La verdad, ella había ingresado a la universidad sin ánimos de encontrar a nadie; ni pareja, ni amigos, realmente no había conocido a nadie que le interesara suficiente. No había tenido novios formales, ni íntimos, todo lo que deseaba era estudiar y ser una profesionista exitosa, decidió estudiar derecho porque siempre se sintió abogada de causas perdidas y como soñadora que era, pensaba que el mundo podía cambiarse con un poco de esfuerzo. Su carrera le parecía una plataforma ideal para iniciar su lucha. Después de mucho pensarlo, entró a la carrera de derecho en la UNAM, y una vez más, se perdió entre una multitud de personas que no la veían siquiera. Un día, conoció a José Antonio en su clase de Derecho Romano y se enamoró perdidamente, José Antonio Villasana nunca lo supo, ni siquiera lo sospechó, ella estaba siempre ahí para él, pero ella parecía ser una aparición que nadie podía ni siquiera intuir, siempre que había planes, invitaciones extraescolares, o cualquier cosa que no se relacionara con la escuela, Carmen no era requerida, “Juancho” como Carmen le llamaba, ni siquiera se sentía mortificado al respecto. Esto, y el hecho de que a la carrera le faltaba la pasión que ella había supuesto tenía, pronto le hicieron perder el entusiasmo por el estudio y abandonó la carrera decepcionada de sus profesores, grandes jueces y abogados que apenas tenían tiempo para dedicarle a los alumnos, y que faltaban tanto a clases que parecía que asistían a la escuela en calidad de asesores, más que de docentes. Había pasado mucho tiempo desde entonces, y aquí estaba 20 años después soltera, sola y viviendo en la ciudad de México, en el DF como le conoce la mayoría. Hacía 4 años que no iba a su casa en Pátzcuaro Michoacán, y hacía dos que escasamente sabía de sus padres, trabajaba en una librería en el sótano de la avenida Juárez en la que apenas ganaba para medio vivir en una vecindad perdida en el centro de la ciudad. La única razón por la que Carmen seguía ahí, viendo pasar las horas, los días y las semanas, era porque tenía cerca una librería que le servía de biblioteca personal y que como a Don Quijote la hacía vivir mil historias a través de los relatos en cada lectura. Con cada libro leído, Carmen alimentaba su sed de fantasía y de irrealidad, siempre que podía llenaba su cabeza de ideas locas, fantasías que cada vez ocupaban más y más su mente. Sabía de todo, leía los periódicos y probaba su destreza mental recordando los nombres de intelectuales de todo tipo; escritores, pintores, artistas. De políticos importantes; diputados, senadores, secretarios de estado, etc. Recitando sus puestos y roles de memoria. Con un gran esfuerzo, había comprado una computadora y gracias a un amigo y al password "chueco" que le consiguió, podía conectarse durante horas a internet y viajar, viajar y viajar hasta perderse de la realidad que tanto pesaba sobre sus hombros. Para complementar la idea que tenían de ella los que la conocían, empezó a vestirse de pantalones de mezclilla, T-shirts grandísimas, y claro de una variedad considerable de flip flops como les llaman ahora a las conocidas patas de gallo. Carmen sabía que tenía que hacer algo y pronto, debía buscar un mejor trabajo, la vida pasaba rápidamente, pero ella seguía estática, sin avanzar mientras los días pasaban de largo. En realidad, nunca supo como se le ocurrió aquella idea, pero de esta idea nació su plan. Para cualquiera que lo hubiera escuchado parecería una mezcla de las novelas de Danielle Steel, John le Carré, Irving Wallace y de Agatha Christie, la idea de que podía inventarse una vida, ir a donde nadie la conociera empezó a ocupar su mente durante los tediosos momentos que pasaba en su tediosa casa. Sabía que con la información que tenía, lo que había aprendido en los libros, en las revistas y toda la información a su alcance en Internet, tendría suficiente material para armar su propia intriga y recomponer su historia; una nueva historia para Carmen, una insólita historia para Carmen. Quieres leer más...buscala en http://bookstore.palibrio.com/Products/SKU-000531472/La-inslita-historia-de-Carmen.aspx

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