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jueves, 16 de agosto de 2012

Cabeza de cacahuate, la princesa y el solecito

Había una vez en un castillo en el país donde todo es posible, un niño con Cabeza de cacahuate, una Princesa y una niña linda tan linda que brillaba como un Solecito. Los tres niños eran hijos de los reyes del lugar. Sus padres los querían muchísimo, tanto que habían dejado de pensar en todo lo que les rodeaba y solo pensaban en los tres niños. El castillo estaba en una colina de pastos verdes, llena de arboles y frutos colgando de sus ramas. En los jardines, se habían sembrado flores bellísimas, rojas, azules, amarillas y moradas. En verano, los niños corrían libres, se daban volteretas en el jardín riendo a más no poder y viajaban en caballos blancos a la orilla del océano donde pasaban horas viendo las olas ir y venir, hasta que caían dormidos en los brazos de sus padres. Los reyes invertían todo su día en disponer de cosas para que los niños crecieran felices. El rey trabajaba mucho, todo el día, desde que el sol salía hasta que se ocultaba, daba muchas órdenes y planeaba muchas cosas para mejorar el castillo. La reina cocía y bordaba, aprendía y realizaba comidas que mantenían a los niños y al rey saludable, por las noches ayudaba a los niños a rezar sus oraciones y les contaba cuentos. Al amanecer, el castillo se llenaba de música porque a Cabeza de cacahuate le gustaba mucho cantar y bailar, su padre le decía Don preguntón porque era muy observador y preguntaba todo el tiempo. Por las tardes, la Princesa armaba torres de piedritas, dibujaba y rellenaba riachuelos de fantasía mientras Cabeza de cacahuate mecía al Solecito brillante en un columpio. Los padres pasaban horas observándolos jugar y crecer, siempre estaban preocupados porque no les faltara ropa lindas, comidas suculentas y libros de lectura con historias de príncipes encantados. El rey era un hombre muy bueno, la reina alegre y amable, pero con tanto trabajo y tantos deberes que atender algo se había ido apagando en sus corazones y como en todas las historias con días buenos y alegres llegaron días tristes. El cielo empezó a ponerse oscuro y el sol dejó de brillar, aún cuando la pequeña Solecito sonreía mucho para mantener la luz en el palacio, las paredes se fueron tornando oscuras y las flores de los jardines se veían de un color amarillento. Nadie sabía que pasaba, pero todos sentían que era algo terrible, lo podían percibir. La reina consultó a un mago que vivía en el castillo, consultó a un médico, consultó a todo mundo pero nadie podía entender que sucedía, era como si el ala negra de una mariposa tapara todo el cielo y las nubes se hubieran tornado grises para siempre. En el castillo, dejó de oírse la música a la que todos estaban acostumbrados y los niños dejaron de jugar en el jardín. Los días pasaron y el rey se puso cada vez más triste, ya no podía ver a su reina sin sentir tristeza, no sabía cómo devolver al castillo su antiguo esplendor. Pensaba, si hubiera sido un dragón lo que empañaba la felicidad hubiera podido sacar su espada y de un solo golpe lo hubiera dejado tirado sin vida, podría haber salvado con facilidad al reino entero del terrible monstruo, pero como no sabía en realidad pasaba no podía remediarlo. Un día de por la mañana, llegó al palacio un caballo negro como la noche. En el caballo, viajaba un hombre vestido de color azul marino con broches resplandecientes, el caballero traía un mensaje para la reina. El mensaje decía así: Si desea que la alegría y la luz regresen a palacio, si de verdad desea volver a ver sonreír a sus hijos y a su esposo, deberá usted permitir que el rey viaje a un lugar muy muy lejano y que se quede allá hasta entender que sucede. La reina tenía mucho miedo, amaba al rey y temía por su vida, lo pensó mucho, habló con el rey y juntos decidieron que debían hacer lo que pedía el mensaje que había traído el caballero azul. El rey hizo sus maletas, se subió en su caballo blanco y partió hacia una tierra desconocida. La reina no supo más de él por mucho tiempo, en ocasiones recibían una nota amarrada cuidadosamente en la pata de una paloma que decía solamente, “estoy bien”. Pasó el tiempo y la reina empezó a acostumbrarse a vivir de aquella forma, sin alegría, sin luz y sin risas y canciones, la tristeza embargaba su corazón y lo llenaba de frio. Al llegar la primavera, un día mientras bordaba junto a la ventana vio entrar una mariposa, la mariposa era de colores increíblemente brillantes y la siguió con los ojos y no pudo más que sonreír, Cabeza de cacahuate que jugaba por ahí la vio también y empezó a perseguirla por la habitación mientras reía quedito, en ese momento, entró a la habitación La Princesa y al ver a Cabeza de cacahuate y a su mamá sonriendo le dieron ganas de dibujar a la mariposa tomo papel y colores y se sentó en el suelo, algo maravilloso sucedió entonces entro la pequeña Solecito al cuarto y un rayo de sol se coló por la ventana y le iluminó el rostro, todos voltearon a verla y sonrieron, la luz había regresado. El cielo se coloreo de azul nuevamente y el palacio se iluminó y a partir de ese día. Con el tiempo la vida regresó al palacio, la reina cuidaba el jardín mientras sus hijos crecían y se hacían mas y mas grandes cada día, sabían que el rey estaba bien y que había aprendido a sonreír nuevamente y en ellos volvió a crecer la esperanza de que algún día regresara a palacio y vivieran juntos nuevamente. Alicia Amelia Villarreal Brictson

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